Dos eran los guardianes de la puerta, situados uno a cada lado:
Uno, de color azulado, miraba siempre hacia abajo y con voz monótona y confusa, me aconsejaba que no tenía sentido que intentara pasar, que no era posible, que ni yo ni nadie estaba capacitado para tal cosa.
El otro, de color rojizo, tenía la mirada huidiza hacia arriba y hablaba con voz parlanchina, amontonando las palabras. Contínuamente estaba diciéndome que había cosas más importantes y urgentes que pasar esa puerta y que era mucho mejor que me dedicase a ellas, puesto que no debía posponer la solución de tales asuntos.
Pasar entre ambos no fue fácil, tuve que recurrir a una estratagema: Decirle a cada uno lo que estaba diciendo el otro. Fue dificil porque no escuchaban, así que tuve que empezar diciendo: "tu amigo no tiene razón..." y entonces prestaron atención. Una vez atentos, les dije a cada uno los motivos del otro, con lo que no tardaron en ponerse a discutir entre si, a pesar de que ambos pretendían lo mismo por diferentes vías. De este modo, quedó de manifiesto que sus consejos no pretendían ayudarme sino hacerme desistir.
Aprovechando la acalorada discusión pasé al otro lado que es lo que en definitiva quería hacer.
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